EL MITOTE
Bicentenario de la Independencia: el Poder y la conmemoración
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3 años agoon
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redaccion
Foto: Octavio Gómez
El rito republicano de la conmemoración de la Independencia ocupa en este momento el espacio público en forma omnipresente con diferentes narrativas políticas, intelectuales y mediáticas. La conmemoración empero no existe en tanto tal; se trata de una construcción social entre las diversas que han dado significación a los múltiples escenarios de la historia nacional. En ella converge una filiación de experiencias pretéritas orientadas a forjar con denuedo un enunciado identitario, cívico y pedagógico, lo que incide de manera cardinal en esta construcción social.
El rito republicano condensa simbólicamente los eventos cívicos, políticos y culturales, en los que se entreveran y compendian los desasosiegos y los ideales del presente. Esta tradición le ha permitido al Poder revalorizar los componentes de la identidad nacional.
La conmemoración de la Independencia es omnipresente en todo el país, pues solemniza la fundación del Estado mexicano como uno de los magnos acaecimientos de nuestra modernidad política; en efecto, es un sucedáneo que permite amalgamar la fuerza política dominante con los correligionarios y galvanizar el sentimiento nacionalista, cuya consecuencia primaria es cimentar la unidad social mediante la apología de la nación.
Como práctica cultural, una conmemoración de esta naturaleza es una manifestación de la memoria colectiva que encuentra su magnificencia en el ritual cívico, social y político, y en el enaltecimiento de pasajes nacionales tanto gloriosos como trágicos, con una anhelada intencionalidad catártica.
La instrumentación de esta construcción social desarrolla una narrativa enderezada a la aceptación y compartición del nuevo orden social, y –el énfasis es necesario– en ella se trasluce una predilección de sucesos para sustentar la conmemoración. El condicionante social es muy claro en este proceso: los episodios históricos tienen que ser acendrados para poder considerarlos memorables.
Como toda conmemoración, la relativa a la Independencia de México conlleva elementos de unificación, pero también de división. Esto se explica porque la identidad comunitaria, por su propia naturaleza, es polémica y contestataria. Si bien la conmemoración contribuye a definir identidades y legitimaciones políticas, también revela tensiones y conflictos sociales.
Para la élite dominante la actual construcción social –y, pudiera agregarse, activa– es un instrumento de poder que forma parte importante de su patrimonio político. De esta manera, la lectura del pretérito participa de un proceso de legitimación y justificación de la élite política cuyo propósito es afianzar los valores nacionales fundamentales con la libertad y su defensa como summum.
Son precisamente estos valores los que constituyen el basamento de la sociedad mexicana. La adhesión a ellos es elemento de cohesión y de pertenencia a la nación. Por ello, este vector identitario reivindica una existencia propia dentro del cuerpo social nacional.
La conmemoración tuvo su origen en el ámbito religioso; así lo revela su raíz latina, commemoratio, en donde la evocación del bienaventurado adquiere una importancia singular. La laicización del concepto permite a la élite gobernante entreverar en el espacio público, con eficacia política, sentimientos nacionales con valores como la sacralización de la nación. El binomio sentimiento/valores tiene como efecto primario reafirmar su autoridad moral, construir ideales para la sociedad, especialmente para la juventud mexicana, y vivificar la civilidad.
En la efeméride alusiva a la conmemoración de la Independencia confluyen narrativas de muy diversa índole, lo cual evidencia que la función de la memoria colectiva es esencial en el proceso identitario, tanto para la comunidad dominante como para las colectividades minoritarias.
El rito
La memoria colectiva entraña un vínculo con el pasado, y la conmemoración actúa como su herramienta natural. Resulta por demás evidente que la memoria colectiva, al igual que las conmemoraciones, no son la historia ni, menos aún, aseguran la veracidad de esta última. El ritual republicano se emancipa así del sentido del tiempo.
La función social de la memoria no es pues el discernimiento de la realidad o el desciframiento del pretérito, sino el impulso de una construcción social en el perenne proceso de creación de la identidad y su reafirmación en el presente; por lo tanto, la memoria colectiva consolida la permanencia de la identidad, y en la actual conmemoración se intercala asimismo en la proverbial iconografía, siempre versátil, del Panteón Nacional y de la epopeya libertadora.
En este orden, la investidura del ícono histórico se transforma en una figura axiomática para cimentar la identidad nacional; la veleidad iconográfica nacional queda constatada en la forma en que Miguel Hidalgo fue recluido en el ostracismo durante el Porfiriato, acedado el libertador por la naturaleza insurreccional y popular de su movimiento.
La memoria colectiva conjuga así el pasado con el presente; el presente que, finalmente, es un pretérito reconstruido y sacralizado. La consecuencia de la indisolubilidad del vínculo entre la memoria y la narrativa pública es precisamente la expresión política de la conmemoración. Más aún, el uso de nuestro pasado por la élite permite descifrar la narrativa política actual. Conforme a una frase que ha hecho fortuna, se sostiene que la historia propone y el presente dispone (Pierre Nora).
La ritualidad de la conmemoración del pasado sacraliza los espacios y los tiempos nacionales. Este axioma queda más que evidenciado en La crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México, escrita bajo la dirección de Genaro García en septiembre de 1911. Es la obra que mejor registra los pormenores históricos de estas festividades, pero también el paroxismo de la dictadura porfirista en lo que respecta a sus desmesuradas pretensiones simbólicas, cuando, entre otras cosas, sostenía que la reminiscencia de los festejos debería trascender hasta las generaciones futuras.
Epílogo
Todo pueblo tiene la necesidad de contemplarse en un espejo glorioso y, por consiguiente, de laurear sus grandes gestas; he ahí una de las funciones del mito. En el caso de nuestras conmemoraciones, el ritual republicano es una interpretación de la historia que aspira a insuflar el sentimiento patriótico para integrar todos los componentes nacionales.
La conclusión es contundente: el acto conmemorativo es un recurso al servicio de la nación donde ésta se contempla y que posibilita la restauración de identidades, así como el encauzamiento de reivindicaciones políticas. Este ritual político y simbólico es una representación de la efeméride fundacional. Más que una perpetuación del pasado, es sobre todo una afirmación del Poder presente. Más aún, posibilita a la sociedad en todos sus ámbitos argüir sobre el significado de esta construcción social.
Es la sociedad mexicana la que, por medio de múltiples vicisitudes, se identifica con la nación y propicia la germinación del sentido de pertenencia. El fenómeno de la identidad es político en su género, pero social en su especie.
El multiculturalismo ha puesto en relieve la heterogeneidad mexicana. La prevalencia de una cultura única nacional impuesta desde la cúspide por la élite política durante todo el siglo XX ha sido abandonada ante la evidencia de que es en las comunidades en donde florecen las expresiones culturales y el sentimiento de pertenencia.
Los presupuestos culturales, comunitarios e históricos expuestos con anterioridad trascienden la aparente aporía de la complejidad de las culturas heterogéneas mexicanas, ya que éstas se armonizan en la noción omnicomprensiva de la identidad nacional. El desafío contemporáneo consiste en cimentar la identidad nacional sobre esta polifonía cultural.
Las categorías culturales de estirpe europea son remplazadas ahora por otras genuinamente nacionales que corresponden a los símbolos comunitarios mexicanos. Tal es la vertiente de esta construcción social.
Con información de: www.proceso.com.mx
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