Chihuahua, Chih., a 18 de marzo del 2022.- Luego de la marcha por el Día Internacional de la Mujer, las opiniones de nuevo se han centrado en las “pintas” y “vandalismo” ocasionado por la furia de las mujeres que protestaron por la ausencia de justicia a víctimas de violencia de género.
Basta ver y analizar uno a uno los nombres plasmados en las paredes de Palacio de Gobierno, esas denuncias inconclusas en donde no solamente se acusa a personas, sino instituciones que se dicen “empaticas” y sin embargo, acogen a agresores sexuales, a esos acosadores que, a pesar de ser denunciados, son protegidos.
Son esos nombres carpetas de investigación inconclusas, en donde a las víctimas solo les queda tratar de seguir viviendo con el estigma social de ser mujeres, de ser niñas cuyo acceso a la justicia es prácticamente nulo.
Y a pesar de ello, las opiniones de estos actos solo se centraron en los daños ocasionados a edificios y monumentos, esas expresiones donde puede más el costo económico de un recinto a las vidas de las personas.
Lo más alarmante de esto es que a pesar de que Chihuahua es gobernado por una mujer, la expresión de esta se centró en “la actitud y saña por parte de las mujeres”, dijo María Eugenia Campos Galván, mitigando su comentario con una “invitación a platicar”.
En efecto duele que los recintos históricos sean vandalizados, pero si miramos mucho más allá de esto y nos remontamos a los momentos en los cuales las mujeres a puño abierto rompen los vidrios de Palacio de Gobierno podemos percibir la rabia, el dolor y la indolencia con la cual el sistema ha tratado a estas mujeres, a sus familias, a sus amigas.
Sí comenzamos a ver con los ojos y a ver con el alma, es posible sentir los alcances de la violencia, de esas palabras que luego se traducen en actos, en golpes, para finalmente concluir en feminicidios.